Despertarse una mañana y no saber qué pasa con tu cuerpo es algo difícil de afrontar. Más aún cuando solo tenés 27 años de edad, estás prácticamente recién casado y tenés una carrera en la industria de Hollywood a punto de explotar.
En el año 1990 Michael J. Fox notó que algo extraño le sucedía: al despertarse, vio cómo su dedo meñique del pie izquierdo se retorcía sin parar. En 1991 un neurólogo de Nueva York dio con el diagnóstico, el cual no se hizo público hasta 1998: el actor padecía de Parkinson de aparición temprana.
Tras dicha revelación Fox, quien para el momento llevaba tres años de casado con la también actriz Tracy Pollan y su primer hijo tenía un año, no encontró otra salida que refugiarse el trabajo.
El canadiense aceptaba cualquier papel que le dieran para así mantenerse distraído de la realidad que tenía que afrontar. Sin embargo, tiempo después no solo fue el trabajo, sino también el alcohol.
Fox ahogaba sus penas en las bebidas, algo que estaba siendo incontrolable para sus seres queridos. El actor comentó que llegó al punto de esconder las botellas de la vista de su esposa, porque ya resultaba una situación insostenible para ella: “Me fui aislando de mi familia”.
En el año 1992 Fox llegó a su casa pasado de tragos. La mañana siguiente su esposa y su hijo lo encontraron tirado en el sofá con una lata de cerveza derramándose por la alfombra. De inmediato, el actor esperaba que su esposa se encontrase molesta “pero no lo estaba, estaba aburrida”.
Desde ese momento, Fox se dio cuenta de que algo tenía que cambiar, entonces comenzó a ir a terapia, donde logró internalizar que tenía que aprender a vivir con la enfermedad y debía normalizar su vida.
"Me diagnosticaron Parkinson hace 25 años, y se suponía que solo iba a poder trabajar otros diez años. A estas alturas ya debería ser prácticamente discapacitado, pero la realidad no podría ser más distinta", explicó el actor de 57 años de edad a la revista Haute Living.