Oscar “Coto” Fernández (37) conquistó al público de Masterchef con su recordado “alto guiso”, en el primer programa del reality en la noche del domingo 6 de abril de 2014. Aquel gigante de modos bonachones -trabajador social en varias villas del conurbano- se ganó el cariño del jurado y sus compañeros. Tanto es así que, cuando fue eliminado del ciclo, el conductor Mariano Peluffo no pudo evitar las lágrimas.
“Amo la cocina, mi hijo va a estar orgulloso cuando me vea. Mi sueño es abrir un restaurante a los 35. No importa donde nacemos, si uno se prepara puede estar en cualquier lado y demostrar que es bueno”, se despidió Coto, de 32 años en aquel momento. Y, desde entonces, cumplió su sueño y mucho más.
“Me va bien gracias a Dios. Y en lo gastronómico de 10, vengo muy bien, trabajando y dejando siempre el mensaje de que se puede ser un gran profesional si nos preparamos. No importa de dónde venimos, lo importante es ir para adelante siempre”, remarca la frase que lleva casi como un estandarte, en charla con Ciudad.
-¿Qué es de tu vida a cinco años de MasterChef?
-Anduve nervioso porque tenía que grabar con Julio Chávez en El Tigre Verón, la miniserie de Pol-ka que va a salir por eltrece. También estuve en El Lobista hace poco con Rodrigo de la Serna. Estaba ‘cagado’ porque con Chávez tenés que dar el pie justo. Tengo una participación chiquita de dos capítulos. En El Puntero estuve en tres capítulos; en Farsantes, en dos; también fui narco en la película Amigos inseparables (protagonizada por Oscar Martínez y De la Serna). Siempre hago de malo. Lo único que me mostró como soy fue MasterChef.
-Con tu tamaño, das bien para hacer de papel de un malo intimidante.
-Mido 1,90 metros y ahora peso 164 kilogramos con gimnasia y dieta. Cuando estaba en el programa pesaba 201 kg. Al recibirme de chef profesional en Mausi Sebess, empecé a entender que un chico que se cría en un barrio lo único que tiene para comer es harina, a morir. Arroz, polenta, guiso, todas esas cosas. Y cuando empezás a estudiar y a formarte, aprendés de nutrición. Y uno es padre y se quiere cuidar. Con esfuerzo bajé muchos kilos, pero sigo siendo gigante de brazos y espalda. Mi meta es pesar 100 kilos, pero es imposible, a 110 seguro que voy a llegar. Sin médico ni nada, comiendo bien.
"Se puede ser un gran profesional si nos preparamos. No importa de dónde venimos, lo importante es ir para adelante siempre. Yo salí de la bacha, lavando platos de espalda a la cocina. Ahora, preparo cocineros y doy clases".
-¿Y cómo fue que entraste en el mundo de la actuación?
-Cuando vivía en la villa, Julio Arrieta, el que ganó el Martín Fierro de Oro por Tumberos (N. de la R.: era reclutador de talentos y el director Adrián Caetano le cedió su invitación a la premiación, por lo que subió al escenario a recibir la estatuilla), siempre nos daba teatro callejero ahí en el barrio. Después tuve suerte de que la Bersuit Vergarabat estaba grabando el videoclip de Esperando el impacto, vino el director y me dijo ‘eh, grandote, ¿te animás?’. Y ahí arranqué.
-¿En qué villa te criaste?
-Yo me crié en la villa 21-24 (más conocida como Zavaleta). Nací ahí y estuve mucho tiempo, después me fui a vivir a Paraguay y a Curitiba, en Brasil, pero siempre de villa en villa. Y cuando volvimos, en 2009, antes de MasterChef, se nos dio con mi mujer, Rossana (Fabio Armoa), que estamos juntos desde 1998. Veníamos juntando plata y haciendo cosas, y nos animamos a salir del barrio. Tenemos nuestra casa propia en Barracas y se nos dio. Y, en 2014, tuvimos a Thiaguito. El año anterior me había anotado a MasterChef. ¿Viste que dicen que los bebés traen un pan bajo el brazo? Bueno, este trajo un restaurante, trabajo y una casa. Y seguimos trabajando muchísimo, gracias a Dios.
-¿Tu mujer a qué se dedica?
-Ella es licenciada en Enfermería cardiovascular pediátrica. Labura en Favaloro y ahora publicó un libro en la Fundación junto a tres colegas. Se llama Guía de procedimientos en una terapia intensiva pediátrica de alta complejidad. Tiene más de 14 años trabajando en terapia intensiva y es docente en la UBA. Los dos somos de barrio, pero le metemos laburo a morir.
"Yo perdí a mis dos papás; y a los 8, vendía cuchillos en la calle. Y ver a mi nene que va al jardín y a inglés… Es otra vida, jefe. En mi familia venimos haciendo bien las cosas y cambió completamente el rumbo de nuestras vidas".
-Vos también estás dando clases, ¿no?
-Sí, enseño en el lugar que me vio crecer, el Centro de Formación Padre Daniel De la Sierra, que fundó el papa Francisco antes de irse a Roma. Además, lo más fuerte del año pasado fue poder cocinar para el Culinary Institute de Hong Kong y cocinarle a chefs con más de 30 años de trayectoria. Fue algo muy loco, lo último fuerte que sentí con la cocina.
-Antes me comentaste que te recibiste en la academia que sponsoreaba el reality. ¿Todos los participantes tuvieron una beca?
-Sí, me recibí ahí, pero solo los que ganaban tenían la beca. El gesto fue de los dueños de la escuela, que una vez que fui a prepararme para una de las competencias me dijeron ‘Coto, vos tenés buena sazón. ¿No te gustaría estudiar cocina de verdad?”. Estoy agradecido de por vida con ellos. La escuela me dio la oportunidad de ser profesional y aprender las técnicas que no tenía. Yo salí de la bacha, siempre lavando platos de espalda a la cocina. Y hoy poder enseñar es algo maravilloso. Siento que salvo más vidas enseñando cocina que cuando era promotor social en las villas, porque esto es prevención. Les das herramientas para toda la vida: con un cuchillo y una tabla se pueden pagar un pasaje, la ropa, lo que quieran.
-Una de las últimas noticias mediáticas tuyas tras el reality era que, al final de 2014, habías puesto el restaurante que soñabas, Abundancia culinaria, en Colegiales.
-Hicimos las mesas y las sillas con mis hermanos. En el medio nació Thiago y le metí tres años a morir, pero sentía que no estaba en casa porque, en la cocina, te vas y te vas. Y, si sos dueño, peor. Venía mucha gente y era palo y palo. Ahora entreno cocineros porque vinieron a comer empresarios, les gustó la comida y les armé las cartas de sus restaurantes. Me llevaron a Costanera Norte; me fui a San Luis también. Tuve suerte. Me tentaron con jugar en Primera, fui, jugué y me fue bien. Anduve por varias provincias y ahora preparo cocineros. Lo cerré el restaurante porque no llegaba a hacer todo y, si yo no estoy en el lugar, no es lo mismo. Ahora hago asesoramientos, doy charlas en todo el país, clases multitudinarias. Me estoy yendo a Bogotá, en Colombia, y después a Cochabamba, en Bolivia. Se gana bien, jefe. Se gana bien.
"En Masterchef pesaba 201kg y ahora 164kg con gimnasia y dieta. Al recibirme de chef, entendí que un chico que se cría en un barrio lo único que tiene para comer es harina, a morir. Y cuando empezás a estudiar, aprendés de nutrición. Uno es padre y se quiere cuidar".
-Cumpliste todo lo que te propusiste.
-Te voy a contar algo. Es muy loco. Mi nene tiene 4 añitos (está en sala de 5). Yo ya viví todo, perdí a mis dos papás (N. de la R.: su madre murió acribillada al cubrir a cuatro chicas en una balacera). A los 8 años estaba vendiendo cuchillos y tenedores en un país en el que no se hablaba castellano (en referencia a su estadía en Curitiba). Y ver a mi nene que va al jardín y a la tarde tiene inglés… Es otra la vida, jefe. Cambió todo; y en mi familia venimos haciendo bien las cosas. Cambió completamente el rumbo de nuestras vidas.
-¿Y te ves con alguno de los participantes o el jurado de MasterChef?
-Me llevo bien con todos, nos juntamos a comer alguna vez, pero uno se fue a vivir a México, otro a Madrid… Cada uno está en su vida y trabajando. Con el jurado no me volví a cruzar todavía. Hemos compartido varios eventos, pero no coincidimos. Cuando yo llegaba, ya se habían ido. A (Germán) Martitegui sí me lo crucé en la feria Caminos y Sabores. Él siempre re buena onda conmigo, pero mi comida es más campera y popular. La de él es otro estilo, muy gourmet y alta cocina.