El 8 de julio de pasado, a las 18.55, Francesco Larocca y Tobías Jovenich salieron a la vereda de la calle Melián al 3900 para empezar a gritarle a los pocos transeúntes de barbijo que por ahí pasaban que ya estaban abiertos.
A pesar de que el local aún estaba en obra, los dos jóvenes de tan sólo 18 años habían cumplido el sueño de tener su propia pizzería. Las condiciones no eran ideales: nuestro país atravesaba por un momento de endurecimiento del aislamiento preventivo, y los meses que ya llevaban congelados tratando de comenzar a funcionar se estaban volviendo insostenibles si no se ponían a trabajar.
"La gente se había acercado mucho mientras la construcción estaba a la vista, y se veía a las claras nuestro horno pizzero, que ya de entrada generó preguntas en el barrio sobre cuándo íbamos a abrir", cuenta Francesco. "La apertura fue en un momento de incipiente take away, teníamos la sensación de que el proyecto iba a funcionar porque la gente del barrio se asomaba a nuestra puerta durante el armado final y ya quería probar lo que saliera", recuerda. Si bien los pedidos llegaban, el caudal de trabajo todavía estaba por debajo de lo necesario para sacar adelante el negocio.
Así, los jóvenes se pusieron a pensar qué podían inventar en ese complejo contexto de cuarentena. "Siempre estuvo en nuestra cabeza que el Parque Saavedra sea una extensión de La Épica, hasta soñábamos con proyectar películas sobre sábanas entre los árboles y darle contenido a la experiencia de comer en el parque… pero la pandemia precipitó todo", explica Tobías. Lo que decidieron entonces fue comprar 60 reposeras, para que quienes quisieran comer su pizza no tuvieran que hacerlo parados, amontonados, o exponiéndose a un riesgo epidemiológico.
De esa manera, con la caja de pizza en mano y sólo entregando un documento como garantía, los comensales podían llevarse la reposera al parque para disfrutar de su versión de la vera pizza napoletana.
"Ese primer fin de semana nos dimos cuenta que estábamos frente al fenómeno de la nueva normalidad y encargamos ese mismo sábado 60 más, y las 60 restantes llegaron a los 20 días", recuerda Francesco entusiasmado entre risas cómplices. "Imaginate lo que habrá sido de lindo para nosotros, que hoy ya contamos con 180 reposeras multicolores que convierten cada noche el parque en la Bristol”, agrega su socio.
El brote de éste proyecto ubicado en el barrio de Saavedra nació cuando los padres de ambos socios les sugirieron que en vez de comprarse el auto del que andaban detrás, se compraran un horno pizzero y lo trabajaran. Con el leit motiv de "un auto compra un horno, y un horno compra más" empezaron a darle fuerte a la búsqueda del producto final. "Probamos todo tipo de harinas (importadas, nacionales, orgánicas) fermentaciones, salsas y mozzarellas y decidimos apostar por lo nuestro: harina argentina 000, tomates nuestros y mozzarella fior di latte nacional. Todo esto nos dio un producto honesto, rico y nuestro", detalla Tobías.
La costumbre del porteño para con la pizza más alta y esponjosa, explotada de muzzarella, no fue un impedimento para desarrollar su oferta. "Quienes aman la pizza tradicional porteña a veces les cuesta que sea más chica y de un tamaño único, y que sea de borde inflado y centro a la piedra. O que la muzzarella sea más suave y no tan picante... pero quien se anima a probarla vive un viaje sin moverse", dice con seguridad Francesco. En tándem, Tobías completa que "la diferencia de La Épica radica en sus procesos y en la calidad de la materia prima, pero sobre todo en nuestro espíritu atravesado todo, eso es lo que hace a cada pizza sea épica".
La propuesta de La Épica no se queda en la pizza, si no en la experiencia alrededor de ella. Su ya clásica sangría convite puede verse junto a muchas reposeras que se ven entre los árboles, y cada vez son más quienes se inclinan por la picada de fiambres que incluye la Bresaola (una especie de jamón crudo pero hecho de búfalos de pasturas). Así, ésta pizzería no sólo logró hacer una memorable adaptación de la vera pizza napoletana, si no además crear una hermosa excusa generalizada para hacerse una saludable escapada al parque, en busca de ese preciado aire libre que tanto nos venía faltando.