Soledad Pastorutti es una de las voces más representativas de la música argentina. Pero más allá de los grandes escenarios y los festivales multitudinarios, la cantante eligió mantener su base en Arequito, el pueblo santafesino que la vio crecer. Allí no solo reside, sino que creó un verdadero hogar en armonía con la naturaleza y con su historia familiar.
UN REFUGIO COMPARTIDO CON SU FAMILIA
Su casa no es una más: en el terreno conviven su hermana y otros familiares, formando una suerte de “barrio propio”. “No somos un clan, somos una familia unida”, aclaró Soledad, resaltando que su decisión de seguir en Arequito está íntimamente ligada a los vínculos afectivos. La cercanía cotidiana con sus seres queridos le permite sostener una vida simple y comunitaria, lejos del vértigo de la fama.

Desde el exterior, la propiedad se distingue por sus amplios espacios verdes, su vida al aire libre y la presencia de animales como caballos, gansos, cabras, perros y hasta una tortuga. Este entorno refleja la profunda conexión de la artista con la tierra, el ritmo pausado del campo y los valores que aprendió desde pequeña.

UN DORMITORIO QUE HABLA DE MEMORIA Y CALMA
Uno de los rincones más representativos es su dormitorio, un ambiente cálido, rústico y lleno de significado. La cama blanca con cabecera de madera tallada evoca las casas rurales antiguas. Las mesas de luz heredadas, las lámparas clásicas y una manta tejida en tonos tierra completan una escena donde la nostalgia se mezcla con la paz. A los pies, un baúl de cuero envejecido hace las veces de asiento y de símbolo familiar.

SIN TECNOLOGÍA, SOLO ELEMENTOS QUE ABRAZAN
Lo más llamativo del espacio es la ausencia total de tecnología visible. No hay pantallas ni dispositivos modernos: todo está dispuesto para el descanso, el recuerdo y la introspección.


La luz natural que entra por la ventana baña los pisos de madera, acentuando los colores cálidos y los detalles pensados desde el corazón.