En la televisión en vivo se pone en juego lo imprevisible. Pero también hay reglas de funcionamiento y mecanismos de producción para controlar lo que pasa al aire.
La semana pasada, Implacables brindó una cuota de lo que suele verse -ahora con menos frecuencia- en la televisión de aire: hubo agresión verbal y peleas, que derivaron en un escándalo del que se habló y mucho.
El comienzo de la crónica parecía adelantar su final. Jorge Porcel Junior fue el miércoles pasado al programa y discutió fuertemente con Nazarena Vélez y las panelistas por su exigencia de trabajo en el medio.
Lo que siguió al otro día fue peor. Un furioso Porcel insultó a las panelistas denigrando su condición de mujeres y se cruzó con Carlos Monti. En el corte, además, escupió a Sandra Villarroel, quien se defendió con la misma moneda.
Durante ese programa y el que siguió, Susana Roccasalvo, Monti y las panelistas no sólo mostraron su indignación por lo sucedido, sino también su sorpresa. Y en este punto está el centro de la cuestión.
Es cierto que en la televisión en vivo, por definición, se pone en juego lo imprevisible, lo espontáneo o la máxima de que “todo puede pasar”. Pero también es cierto que hay reglas de funcionamiento y mecanismos de producción para controlar lo que pasa al aire.
Lo consecuente sería una autocrítica para luego cambiar el rumbo. Pero el show debe continuar y el rating siempre es el camino.
Pensándolo de este modo, resulta llamativa la lectura en cuanto a lo sorprendente, “increíble” o inesperado del hecho: el día anterior y en ese mismo programa Porcel ya había generado furia en el estudio, además de tener antecedentes de agresiones en otros lados. Y claro está que no se puede esperar resultados diferentes cuando se usan estrategias repetidas.
¿Entonces por qué fue tal el asombro? La televisión parece caer presa de sus propias trampas cuando -con más o menos intención- genera algún tipo de contenido del que no puede (o no quiere) hacerse cargo.
“Todos critican a Jorge Porcel Junior”, era el título de una nota en la que distintos famosos opinaban del tema. La frase resumía la postura del programa. Pero volvamos a la pregunta. En cierto modo, la reacción de la sorpresa se explica como parte de la misma lógica de producción: primero viene el hecho y después su relato, que pocas veces incluye distancia. Es que si el relato implicase un rechazo sobre lo que pasó en el medio (y no sólo sobre lo que hizo tal o cual persona allí), lo consecuente sería una autocrítica para luego cambiar el rumbo. Pero el show debe continuar y el rating siempre es el camino.
La violencia que ejerció Porcel en Implacables tuvo dos niveles: la del hecho en sí dentro del estudio y el que surge de su televisación.
La violencia que ejerció Porcel en Implacables tuvo dos niveles: la del hecho en sí dentro del estudio y el que surge de su televisación, como explicó en ese espacio la legisladora María José Lubertino. Se trata de una violencia sutil, imperceptible, que junto con otras causas repercute en el modo en que pensamos ciertos temas, como las cuestiones de género y del mismo medio.
Aún así, no son estos tiempos para pedir que la pantalla funcione como pontificadora de la buena moral. Habrá que mirarla para disfrutarla, pero también para pensarla y armar nuestro propio relato de lo que (le) pasa; sea cual fuera el programa y sean cuales fueran sus protagonistas. Aunque en este caso, el escándalo le haya tocado a Porcel.